483 años está cumpliendo nuestra amada Bogotá. La casa de Millonarios se viste de gala para celebrar un nuevo aniversario de su fundación, con todos sus problemas y virtudes, con esa bipolaridad en su clima, con el estrés que nos produce su tráfico, con esas montañas lindas y el cielo azul que nos brinda en las mañanas. Esta Bogotá nos regalo un hijo que esta pandemia de mierda nos quitó: no puedo sacarme de la cabeza al querido John Mario Ramírez.

Mi profesora de primaria asistía con sagrado fervor a la tribuna lateral norte. Junto a mi mamá hacíamos la previa y los comentarios post partidos correspondientes, la ilusión de cada campeonato, los tiros libres de Rendón, el pique de León, las condiciones que mostraba Bonner; todo cambiaba a la hora de hablar de John Mario Ramírez. Era la magia, el sueño de todos convertido en realidad, el barrio, la barra incipiente que saltaba sin control los 90 minutos: éramos todos los hinchas de Millonarios en una sola camiseta.

Mi papá, que en paz descanse, hincha del Cali, lo predijo al verlo un partido: “ese muchacho no juega bien, juega descaradamente bien”. Manejaba la pelota como ningún jugador de la casa lo había hecho, irrespetaba con fútbol a sus rivales, encendía a las hinchadas contrarias porque pretendían pararlo desde las tribunas ya que en el campo sus jugadores no podían. Todos decíamos en el colegio yo soy John Mario Ramírez.

“Flaco, comienzo el camino para llegar a Millonarios” estas fueron las últimas palabras que llegaron de él a mi whatssap, luego que firmara con Patriotas. Lo conocí junto a mis amigos de la Blue Rain, en una de las tantas obras benéficas, tal vez no cuantiosas, pero sí numerosas, que hacia porque su corazón le seguía metiendo pases de gol a los más necesitados. Amable, sonriente, humilde y con un carisma desbordado con el que siempre recibía a extraños y fanáticos.

Se nos adelanto John Mario en el camino. Se fue a rendirle cuentas al creador, a mostrar como se encargo de curarse, de amarse y dar de sobra para los que estaban en su vida. Hoy Bogotá merecía celebrar otro cumpleaños con él como uno de los invitados especiales, como uno de sus insignes hijos que la honró con noches épicas y tardes gloriosas. Nada más bogotano que pensar en John Mario Ramírez con la camiseta número 10.

Gracias por tanto mi amada ciudad, gracias por permitirnos ver al gran John Mario Ramírez: los hinchas de Millonarios jamás lo olvidaremos.

@maugor