En la época que ocurrió en nuestra ciudad el famoso “Bogotazo”, un momento en el que el pueblo desató toda su furia por la muerte de Gaitán, nuestra ciudad contaba con menos de medio millón de habitantes. En una ciudad que nos abre la puerta a todos, hoy en día somos casi ocho millones de capitalinos y algo similar a aquel 9 de abril de 1948, ocurrió el 9 de septiembre del año anterior tras la muerte de Javier Ordóñez.

Este ritmo tan acelerado de crecimiento se dio gracias a las migraciones que hicieron millares de personas de diferentes partes de nuestro amado país. Eso quiere decir que muchos de nosotros venimos de diferentes lugares de nuestra nación y así hayamos nacido en Bogotá tenemos raíces de cada rincón de este hermoso país. Nuestra ciudad necesita que la amemos verdaderamente, que nos apropiemos de ella y sea esa Bogotá coqueta que nos enamora cada día. Esto sólo se logra creando lazos y comunidad. Tenemos esa gran oportunidad de que nosotros, los azules, tomemos la batuta en el cambio de cómo amamos nuestra ciudad.

Varios colectivos de hinchas azules han hecho muestras de ese amor a su ciudad. Un ejemplo es lo hecho por los Comandos Azules en plena pandemia, ayudando a las personas de más escasos recursos de nuestra ciudad, remplazando esos trapos rojos en los marcos de ventanas y puertas por una sonrisa llena de esperanza. Esto por poner sólo un ejemplo porque fueron varios colectivos azules que hicieron lo mismo, pero ¿Qué sucedería si actuáramos todos los millones que aman este escudo y se enorgullecen de esta camiseta?.

He visto también hinchas azules engalanando los parques de la ciudad, dándoles la armonía que deben transmitir en una ciudad llena de cemento; que sean esos espacios que alberguen a los niños y niñas de la capital, esos mismos que en un futuro puedan defender nuestra camiseta tanto del equipo masculino como femenino. Debemos alejar a nuestros jóvenes del crimen y las drogas, dos monstruos que nos aquejan y a través del deporte podemos hacerlo. Qué tal si en cada parque montamos una escuela de fútbol donde enseñemos valores a los chicos y chicas, donde les enseñemos a cuidar su vida y la de los demás.

El llamado es a que nos apropiemos de nuestra ciudad. Que con nuestro ejemplo contagiemos a los demás bogotanos a amarla verdaderamente, a ver en el otro a ese ser que también tiene esperanzas de un mañana mejor, a ser más solidarios con el que pasa momentos difíciles. A recibir a esa personita que llega desplazada por la violencia que corroe nuestro campo, a defender los derechos humanos que tenemos todos los que pertenecemos a esta especie. Quitar todos esos discursos raciales que nos dividen y hacen que seamos vulnerables ante los poderosos que siguen desangrando este país.

No podemos dar más cabida a la violencia. Todos los colombianos no queremos escuchar más en nuestras noticias las masacres que son el pan de cada día, el asesinato de personas por robarle un simple celular y los conflictos intrafamiliares que terminan en tragedia; es momento de detener esto y lo podemos hacer entre todos. No podemos permitir que el Estado vuelva a acabar con la vida de seis mil cuatrocientas dos personas que estaban llenas de sueños como cada uno de nosotros y permanecer en silencio.

El futuro nos pertenece y depende mucho de lo que empecemos a hacer ahora. Todos tenemos unos dones que debemos poner al servicio de la comunidad que pertenecemos, no sólo esperar recibir una compensación económica, que es lo de menos, sino trabajar a cambio una mejor Bogotá que sea verdaderamente de todas y todos. Si esta pandemia me enseñó algo es que debemos ser más solidarios porque la vida se va en cualquier instante.

Julio César Vargas López