El fútbol nos pone en situaciones desesperadas que hacen que nuestros mejores y peores sentimientos estallen rápidamente. Amamos intensamente en los momentos de gloria, odiamos con pasión cuando las cosas van terriblemente, la tristeza de una eliminación nos tumba el ánimo de un mes o la alegría de un triunfo nos pinta el futuro más brillante. Esculpimos los ídolos con esa masa de emociones y, para bien y para mal, los mandamos a la quinta paila del infierno con la misma mezcla.

En Millonarios esta mezcla es la más sensible de todas. El altar del ídolo pasó de ser una cúspide rocosa, a ser cemento fresco que se va de largo con cualquier pisotón. Si bien esta categoría va en como cada uno percibimos el andar de un futbolista con la camiseta de Millonarios, hemos puesto limites ínfimos entre el amor y el odio con nuestros jugadores y condiciones imposibles para mantenerlos en la cúspide de nuestro corazón azul.

Esta muy bien no premiar la mediocridad con banderas o cánticos, y hacer especial y sagrado el atril de nuestros ídolos. Sin embargo, le estamos poniendo zancadilla a quienes han merecido, en la cancha y en la vitrina de los títulos, estar en nuestro olimpo de los más grandes. Hemos mitificado a quienes consiguieron y forjaron nuestra historia como seres invencibles, hinchas fervorosos y seres humanos aspirantes de beatificación, cuando todos tuvieron tardes para el olvido, temporadas secas de gloria y temperamentos complicados.

El talento, liderazgo y la banda de capitán ya no son virtudes o un privilegio sino un peso extra de llevar cuando se pone la camiseta de Millonarios. Traer dos títulos, ser referente en su posición, dejar la integridad ante cualquier balón rifado, hacer goles en finales, no son suficiente credencial ahora para, al menos, lograr un reconocimiento unánime sobre su importancia en la historia de Millonarios.

Ahora hay que hacer los 100 metros planos en 9,8 segundos, así no aporte al partido en nada esa carrera, ganar siempre, no perder nunca, como si en nuestra sagrada historia las derrotas de nuestros ídolos fueran lagunas en nuestra mente; también competir con el chisme sin fundamento de casas de apuestas, venta de partidos y entrega de partidos que algunos, con la mezcla destruida, busca empañetar el camino de buenos jugadores que han pasado recientemente por Millonarios.

David Macallister Silva fue pieza clave en las dos últimas copas que tiene Millonarios y sigue luchando, corriendo, dando toda su calidad futbolística (lo que debería ser más importante), para quitar cuestionamientos infundados sobre su lugar en la historia de Millonarios. Siempre vamos a querer más y su responsabilidad como referente y capitán es ser un jugador vital en cada campeonato, pero nadie como él ha sufrido de esos requisitos imposibles para calmar las dudas de un sector considerable de los hinchas azules.

Merece irse por la puerta grande y no, como parece que va el camino, como el capitán del desamor.

@maugor