En el primer instante en que quiero empezar esta crónica, me quedo en el aire, con ahogo, me cuelgo, los ojos se me llenan de lagrimas al imaginar las escaleras que conducen al equipo al escenario y de paso al cielo. Intento recolectar cada imagen en la cabeza, abrirle un espacio en el corazón, guardar esta fotografía como quien guarda agua para cuando haya sed; es inolvidable la imagen de Millonarios campeón, no podría estar más llena de carga emocional, no podría llenarse más de corazón, de garra, de amor a los colores.

Me quedo ahí en el suelo unos momentos, cubriéndome la cara, llorando, porque el sentimiento se desborda y no haya por donde salir. Tanta felicidad, tanto amor, tantos días soñando con este instante. Intento describir una imagen que es más una sensación. Ahí están los jugadores a los que nadie les creía, que cada vez que se enfrentaron a un rival los dieron por muertos y apostaron contra ellos, ahí están subidos a la tarima con la que muchos sueñan y jamás alcanzan, esperando a su líder, al que con amor a los colores y gallardía se alzo entre ellos para comandarlos.

Sube a recibir la medalla que tanto le fue esquiva en su carrera, alcanza a sus compañeros, a sus soldados, se abre paso entre ellos. Silva en un gesto de cariño y respeto le entrega la copa, esa que tanto anhelamos, le entrega la decimoquinta estrella, todo se vuelve eterno, el reloj teme dejar pasar muy rápido el tiempo, los segundos evitan su muerte inevitable cuando la copa al fin toca las manos de Cadavid; el grito que tanto tiempo tuvieron ahogando, sale de sus cuerpos como una proclama al honor y la gloria, la copa es nuestra, está ahí en la noche bogotana mirando hacia occidental, volviendo al equipo del que nunca se debe ir, como un estandarte a la fidelidad, al no rendirse.

En el segundo instante en que quiero arrancar este relato viene mi cabeza el pitido final, cuando todo quedo suspendido, ese momento en que se grita ¡CAMPEÓN!, como un grito para salvar la vida, para palear heridas. Quisiera quedarme a vivir en estos minutos y repetirlos por siempre, volver una y otra vez a gritar que estamos en lo más alto, que de este sueño no nos va a despertar nadie, que lo somos en el clásico de la historia, los abrazos, las lágrimas, los gritos, todo es parte de la obra más grandiosa del mundo. Todo pasa en cámara lenta, los abrazos vienen una y otra vez, me fundo a los míos como quien no quiere dejarlos ir jamás, con esos mismos que estuvieron cuando no encontraba consuelo, cuando no veía una explicación a las eliminaciones, a las veces que nos arrebataron el sueño, escucho que alguien dice que es nuestra revancha.

Y sí que es nuestra revancha después de todo lo que tuvimos que pasar, que nos tuvimos que tragar, ver al resto celebrar y nosotros aun suspendidos a un pasado que nos deja ir del todo. Acá estamos quedando campeón en un clásico cuando ellos oficiaban de locales, ellos los expertos en finales, el favorito de todo; cayendo frente a un equipo que lo dejo todo, que se enamoro tanto como nosotros de este sueño, que dejo sus lágrimas, su sudor y su sangre para bordar esta nueva estrella, el equipo que será eterno, inmortal, que ya esta en nuestra historia. Serán más grandes que sus propias vidas, porque ya dejaron una huella que ojalá crezca mucho más, una huella que ni la muerte puede borrar.

@Cadosch12

Valentina Cadosch