Extrañar el fútbol… claro; es parte de nuestras vidas y si no lo entiendes, mejor no lo intentes, porque para gustos los colores.

Hace muchos años decidí que mi color fuera el azul. Una camiseta de Millonarios con un 10 en su espalda me hacía muy feliz, pues solo quería jugar como mí ídolo de ese momento: John Mario Ramírez. Desde ese día el fútbol es más fuerte en mí. Querer a un equipo nos hace parte de algo, nos contribuye a la definición de lo que somos y a veces manipula lo que sentimos, eso que llamamos sentimientos.

Los miedos siempre están. Considero que estos son, en parte, esenciales de nuestra vida. Sin miedos no tendríamos retos y sin retos nuestra creatividad sería nula. Con Millonarios los temores siempre están. Somos una generación que conoce y defiende su historia, pero le tocó aguantar los traposcon las dirigencias más nefastas y una sequía de 24 años que pareció eterna.

El primer miedo: cada vez que se iniciaba un torneo la ilusión siempre se renovaba. Este sí”. Pero la pelota avanzaba y los malos resultados llegaban. Los técnicos iban y venían y el desfile de jugadores sin sangre hacía que nuestro miedo se convirtiera en realidad. Derrotas durísimas, como contra Cali en 2003 o Junior en 2011, volvían nuestros miedos una pesadilla. Pero siempre aferrados al escudo.

El segundo miedo: la desaparición. Qué duro era escuchar sobre la crisis de Millos. Cuántas deudas, cuánta mala imagen, cuántas veces se robaron el equipo. Hasta la sombra del descenso apareció y los mismos majaderos que nos hundieron querían ser la salvación. Por fortuna, las cosas cambiaron y en un acto de amor, su propia hinchada salvó a su equipo. Más de 5.000 valientes actuaron y Millonarios tomó un respiro.

Tercer miedo: la definición de los títulos. Claramente, las noches anteriores a los títulos de 2012 y 2017 no se durmió bien. El alcohol trató de apaciguar los nervios y la ansiedad que se sentía ¿Y si no ganábamos? ¿Y si ganamos? Solo quería conocer el resultado ya. Gracias a Dios, ese miedo se transformó en una alegría inmensa que seguro recordaremos hasta el final de nuestros días.

Por eso, en estos días de encierro, mi principal miedo es tal vez no ver a Millonarios en un buen tiempo. Y lo digo porque creo que lo que está pasando no se debe tomar a la ligera. La Dimayor, en su afán mercantilista, olvida que los jugadores, técnicos y demás son seres humanos. Que se pueden enfermar, que pueden perder la vida en el afán de reactivar un “sector económico”. No, Dimayor, ellos tienen familia y creo que ustedes no se han preguntado lo siguiente: ¿Qué pasa si un jugador se enferma y muere? ¿Qué van a decir? ¿Qué le dirán a su familia? ¿Sus colegas querrán seguir?

Esta es una oportunidad de oro. La Dimayor debe repensarse y no seguir imponiendo una dictadura de equipos chicos que manejan a voluntad los mandatos por ser mayoría. Viven en una zona de confort donde los recursos que invierten (si es que invierten) se pueden alargar en el tiempo, mientras los grandes que ponen el ‘rating’ y taquillas sufren para mantenerse. El modelo debe cambiar, ser más sostenible y empezar por evaluar esa filosofía de que “todo se cobra”.

La Dimayor parece desconocer el país donde vive y su supuesto modelo de salubridad para el fútbol a puerta cerrada es simplemente inviable.

Por eso, amigos, mientras pasa todo esto, les pido que se cuiden. Les aseguro que ese abrazo con el amigo azul, esa pola al final del partido y las charlas sobre todo lo que pasó en el encuentro volverán y serán más especiales.

Tomemos un respiro. Fortalezcamos este amor por la camiseta que extrañamos y que cuando vuelva a sonar el Bogotá! Bogotá! Bogotá!, ese grito de  “VAMOS, MILLONARIO, CARAJO” va salir del alma y la garganta seguro no alcanzará para expresar la felicidad de ese día que, fijo, llegará.

Y a Millos le pido firmeza, no quiero que nadie del equipo se enferme por las pésimas decisiones de la Dimayor y ojalá podamos liderar el cambio que necesita nuestro fútbol.

Fuerza a todos, ¡volveremos!

Gustavo Caraballo

@Padrinogacm