La derrota es una bebida difícil de tomar, es amarga, arde y destruye los corazones, pero es parte de las dicotomías de la vida; cuanto más pierdes, más fuerte te vuelves y es quizás un poco lo que le falta al fútbol moderno, el carácter y la fortaleza que se forja con el fracaso, con el barro en la cara.

Es fácil decir que nunca hemos dejado de ser de Millonarios después de un gol, de una victoria, pero hacerlo en estos momentos donde parece que no hay luz en ninguna parte, es de titanes. Tragarse toda la ira, toda la impotencia para alentar, para reparar el corazón, los sueños. No digo que nos falte perder más, digo que nos falta aprender de esto, el fracaso prepara, madura. Tampoco hay que agradecer y desearlo, solo es parte de la vida, como el dolor, como la tristeza, como la felicidad como el amor.

Quizás eso aprendió mi generación de Millonarios, a perder, a caer en serio, a estar ahogado en barro, por eso será que soy tan inseparable de este equipo. Me propino felicidad aun en sus peores momentos, aprendí a verle felicidad a los momentos más pequeños, a la victoria más insignificante. Cuando nuestros planteles sí daban pena, cuando no tuvimos nada, cuando se iba a acabar y en el clásico se escuchaba esa odiosa canción del arroz con huevo, aún con tanta miseria encima, los goles lo eran todo, las veces que nos ilusionamos y caímos.

Es normal querer un equipo ganador, que lo que juegue lo gane, que mas quisiera que Millonarios tuviera otro presente, uno en el que no tuviera que remar contra viento y marea por una clasificación que ya debería estar resuelta porque eso nos reclama la historia. Pero ganar también es una cuestión mental, como lo es la técnica y el físico, ganar es un estado emocional. El problema estuvo cuando caímos en ese oscuro martes y jamás supimos cuándo parar de caer.

Ahora con una nueva sonrisa en el rostro, parece que la caída se está despresurizando, que nos hemos detenido. Se que la lealtad deberían construirla ellos, ganando, luchando todo lo que tengan en frente, que los títulos son los que conquistan a la hinchada, pero también necesitamos una lección de lealtad, en las crisis también se tiene que ir al estadio, para eso existe el hincha. Fórjense en la derrota para que la victoria y la gloria les sepa a recompensa de verdad.

La gente que viajó a ver a Millonarios en Pasto merece todos los títulos que el fútbol les pueda brindar. La gente que estuvo contra Once Caldas, son aquellos que se ilusionan sin parar, que sueñan con la victoria, pero no están enamorados de ella, están enamorados, enloquecidos, por Millonarios, por estos colores y la sensación de estar juntos a ellos.

Eso necesitamos, no enamorarnos de la victoria como lo hace el fútbol moderno, enamorarnos de este par de colores, que nos unen a todo lo que somos. La lealtad se forja así, amando lo que se tiene en frente, apostarle el corazón con el riesgo de que se lo rompan, pero estando siempre. En definitiva, hay que alentar hasta morir.

Valentina Cadosch

@Cadosch12