El hincha es la garganta, la energía y el motor que mueve a los equipos. Eso, sumado a un montón de amor y fe que compone el corazón del hincha, es básicamente lo que mueve el fútbol. En principio este es un deporte sencillo; lograr meter la pelota entre los tres palos. Pero es muchísimo más que eso, el fútbol es un acto de fe, de rebeldía, el hincha está enamorado del deja vú, del desastre, todo por una copa cubierta en aleaciones de metal.

Cuando el hincha cree, sueña, vuelve cantar y empuja es cuando el deporte cobra sentido y la pelota ya no es un instrumento de cuero y coceduras sino un elemento que hace realidad los sueños, que nos hace conquistar países, continentes y mundos. Si el hincha no cree, no pone su fe en que aquella pelota encuentre el camino hacia la victoria, los jugadores sólo son un montón de tipos corriendo como tarados detrás de ella.

Los clubes tienen sentido porque hay gente que los lleva en su corazón, aunque el fútbol moderno nos vea a todos como clientes. Su empresa no tiene sentido sin hinchas porque comercian con el amor, con la lealtad, hacen transacciones con los mismos sentimientos que fabrica un matrimonio; la diferencia es que tienen la certeza de que este sí es para siempre.

El hincha le pone los colores, adorna el fútbol, le pone banda y orquesta y se convierte en un manojo de nervios para cantar. Entra en éxtasis para soportar las temperaturas a las que es sometido, la lluvia, el calor, el frío que se mete en los huesos en la noche. Sí, es una locura vivir con unos colores, pero no solo son eso, son tu familia, tus amigos, tu pareja, si eres lo suficiente afortunado, es tanto amor, tanta fe que no se puede separar de ti, es la religión más desinteresada, das y das a cambio de sacrificio, de ganas, de verraquera de los jugadores.

Entonces amigo hincha esta es nuestra tarea, ilusionarnos, vivir en un perpetuo deja vú, tener una relación conflictiva con la gloria y el éxito, que a veces nos quiere y nos sonríe, otras nos aparta muy lejos. Vuélvase a ilusionar que como dicen por ahí, la fe es lo último que se pierde. En el fútbol diría que para perder la fe, el corazón le debe dejar de latir.

Después habrá tiempo para reflexiones, todas las tenemos, sabemos que jugamos horrible, que este no es el lugar que la historia espera de nosotros, pero mientras tengamos vida, vayamos todos a convertir el Campín en un templo sagrado y demostrémosle a los jugadores que la única manera de convivir con Millonarios es ganando. Tenemos que lucharla todos, porque la fe es el material del que están fabricadas las copas y si queremos levantarla, hay que construirla entre todos porque ahora Millonarios es un puño apretado en el cielo.

@Cadosch12

Valentina Cadosch