Hasta el momento he sido la última heredera de la pasión que mis papas depositaron en nosotros, ese profundo amor por Millonarios. Soy la menor de tres hermanos, dos hombres, y no he tenido contacto con muchos niños en mi vida, pero siento esa ternura que sentimos todos cuando tenemos una pequeña camiseta de Millonarios en nuestras manos, como algo tan grande, como este amor puede caber en algo tan pequeño.

Pero se me presentó la oportunidad de ir con un pequeño al estadio, a esa nueva tribuna familiar de la que todos hablan. Jamás había entrado a la norte antes, y si es cierto que todo se vive muy distinto desde allá, entendí por instantes porque el trance de las barras populares; con esa vista tan engañosa hasta un saque desde la portería rival parece un gol, como no andar con el corazón en la garganta.

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Lo cierto es que después de años de ir al estadio es difícil sorprenderse al llegar, ya se convierte en algo rutinario a menos que sea partidos muy específicos, nada que pueda despertar Once Caldas por sí solo. Quedé con el padre y este pequeño en vernos para entrar a esa tribuna que siempre estuvo tan lejana a mí, tan mítica, tan indomable, ahora el hogar de miles de niños.

Llegue sobre la hora y el pequeño estaba muy impaciente por entrar, primera vez, con una camiseta que le llegaba hasta las rodillas, tanto que cuando le pregunte a su papá si no supo mirar la talla; él contestó en defensa un “es que soy demasiado pequeño para mi edad, pero tengo 6 años”, yo me reí y le confíe una gallina que tengo desde siempre con el uniforme de Millonarios, para que tuviera que abrazar para los nervios.

«lo que más nos une a todos con Millonarios son estos sentimientos que tuvimos de niños, cuando la pelota nos enamoraba con solo girar, cuando la sola existencia de Millonarios esa suficiente para hacernos felices».

Dimos nuestras boletas, él tomo de la mano a su papá y a «Brand» (la gallina), cerró un poco los ojos mientras caminaba por los filtros y al fin llegamos a esas largas escaleras de la norte. Para todos fue como la primera vez, para mi ver esa gloriosa norte de donde caían papeles siempre y desde donde se llenaba el estadio de humo, y en los ojos del pequeño, lo pude ver, como Millonarios entraba en su corazón; las pupilas dilatadas, tragar saliva.

El niño miró hacia un lado y hacia el otro, un suspiro, nos miró a nosotros que tratábamos de recordar esa sensación de la primera vez. Volví mi mirada hacia mi querida oriental y me pude ver allí de 5 años mirando a un lleno total, los papeles cayendo, los trapos y la gente cantando, Sé que su papá también trataba de verse allí, nos sacó de nuestros pensamientos un “es demasiado grande”, todos nos reímos y es verdad, no recordaba lo imponente que puede ser El Campín.

Hubiera querido para él un mejor partido, como a mí que me toco una victoria, pero Hauche no alcanza a dimensionar lo que hizo por este niño, venció esa barrera que hace que termines enamorándote de Millonarios. Grito el gol, abrazo a «Brand» y se besó su escudo, ya no hay vuelta atrás, le habíamos concedido una nueva alma a Millonarios. A mí no me gusto el partido, lo detesté, pero este infante me renovó el amor, la esperanza y la fe. Me recordó porque le soy leal a este equipo, lejos de los resultados, lo que más nos une a todos con Millonarios son estos sentimientos que tuvimos de niños, cuando la pelota nos enamoraba con solo girar, cuando la sola existencia de Millonarios esa suficiente para hacernos felices.

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Él vio algo más importante que yo, él vio la pasión ante sus ojos, él se volvió adicto a estar aquí, él amo a Millonarios sin importar los horribles centros y el no saber parar una pelota; él zanjó el asunto con un “Te amo, Millos” cuando el juez pitó el partido y es así que deberíamos finalizar todos, esa hermosa cita que es ir al estadio. Te amo Millonarios.

Valentina Cadosch
@Cadosch12