Domingo 4 de marzo de 2018, mi viejo por fin cumplió con su promesa de la estrella 15, y no porque la hubiera estado posponiendo o le hubiera dado largas al asunto, al contrario, lo ofrecido fue tan grande que le costó nueve domingos, los primeros nueve domingos del año.

Domingo 17 de diciembre de 2017, aproximadamente las 9:08PM, minuto 82 en El Campín, Wilson Morelo aprovecha una salida en falso de Matías De Los Santos y un resbalón de Andrés Cadavid para gambetear a Nicolás Vikonis y Felipe Banguero e igualar el marcador global de la final; mi papá se encuentra obligado a renegociar abruptamente su promesa de cuatro domingos subiendo descalzo a Monserrate si su Millonarios es campeón. En medio de su angustia ofrece nueve, los nueve que suele subir cada año.

Tres minutos más tarde, 9:11PM, minuto 85 en El Campín, mi padre acaba de sellar su nuevo ofrecimiento, aún no toma asiento, estoy lejos de él pero imagino alguna voz de aliento, un “no perdemos hoy”, como me lo ha dicho tantas veces cuando vemos fútbol en la sala, aunque todo parezca o esté realmente perdido. Pelotazo largo de Vikonis, Tesillo despeja incomodo al centro del área, Henry Rojas la mide, la deja picar dos veces, desenfunda el zurdazo: ¡MILLONARIOS CAMPEÓN!

9:30PM, los jugadores se disponen a recibir el título, las tribunas de El Campín están cada vez más solas, los hinchas azules infiltrados cantan con júbilo y orgullo, mi celular timbra: “¡Somos campeones!”, me dice mi papá, ambos estamos con la voz entrecortada; le respondo emocionado “¡Campeones!”, acompañado de un “qué sufrimiento”. Debo volver al trabajo, estamos lejos pero sentí su abrazo, no mencionó su promesa, puede que lo esté considerando, aunque él es de palabra.

Habló de su tarea pendiente el primer día del 2018, se le veía seguro. Cinco años atrás, en la estrella 14, había ofrecido subir un domingo descalzo, él es un hombre de tradiciones, familia, Millonarios y Dios. Sagradamente sube los primeros nueve domingos del año al cerro de Monserrate, siempre sobre las 5:00AM, entra a la misa de las 6:00AM y baja en Funicular o Teléferico. Aquella promesa la cumplió en su cuarto domingo.

Por motivos de trabajo, tiempo y un poco de flojera -debo reconocerlo- lo acompañé solo los primeros cinco domingos, el primero era el más duro, eso pensé. Ese 7 de enero lo vi llegar a la cima escasos tres minutos después de mí, lo hizo sin ninguna muestra de dolor, incluso primero que mi hermano. Me tranquilizó que lo hiciera ver fácil, así fue los cuatro domingos siguientes que subimos juntos.

El último domingo fue especial, incluso se fue de canchero, subió descalzo, publicó una foto haciendo alarde de lo logrado, no era para menos, y al bajar, como si nada, de inmediato se fue a correr el RunTour Avianca 10 kilómetros. Cuando nos encontramos en el estadio esa tarde estaba completo. No podíamos cerrar el día de otra manera, tres abrazos y tres gritos de gol.

Hay dos cosas innegables que heredé de él, los ojos hundidos y el amor incontrolable por Millonarios. Y es que la historia de “Don Jorge” es apenas una más entre la de miles de aficionados azules, quienes se pusieron ‘la 10’ para conservar un legado en los tiempos más difíciles, en la época del “arroz con huevo”, de las vueltas olímpicas ajenas y del “eterno puesto 16”. Gracias a él aprendí a creer en las malas, a enamorarme en los momentos duros, a ver el vaso siempre medio lleno. Gracias a él hoy disfruto de los gozosos y puedo decir “soy hincha del campeón”.

Cristian Pinzón

@Crispinllos