Hubo una época en que ser hincha de Millonarios era fácil. Era el equipo con los jugadores más caros y las estrellas se peleaban por venir al Campín, para poner a vibrar a las 50 mil personas que le solía caber. Es que la grandeza de Millonarios se dio el lujo de compartir jugadores con River Plate y el Real Madrid, era el que viajaba para poner espectáculo en todo lado.
A mi abuelo le tocó un Millonarios de exquisito paladar, Adolfo Pedernera, Amadeo Carrizo, Maravilla Gamboa, Néstor Rossi, un Millonarios que era como caviar, equipos que son históricos, tricampeones dos veces, semifinalista de Libertadores ¿Cómo uno no se va a enamorar de tanta gloria? A mis papas les tocó un buen vino, uno finísimo, caro, Alejandro Brand, Juan Gilberto Funes, Willington Ortiz, gente que se daba el deleite de quedar campeón por fuera de Bogotá. Bicampeones en los 80’, peleaba siempre la Copa Libertadores.
¿A mí cuál me toco? El año en que nací sería el último en que Millonarios iría la Copa Libertadores en un largo rato. Cuando ya tenía conciencia de lo que pasaba a mi alrededor por ahí en el 2003, me tocó enamorarme de un Millonarios cuyo delantero era Víctor Montaño y ese año ocurre el mazazo de perder el paso a la final con Cali en Bogotá. El Millonarios que yo vi por primera vez en el estadio, por allá en el 2005, terminaba en el puesto 14 o 17, todos los lunes eran un asco. Crecer así no es manera.
Cuando llega Ricardo Ciciliano a Millonarios nos costaba clasificar a los 8, era con Dios y ayuda, siempre ahí peleando ese último puesto, los quemados de la olla. Yo estoy en tercero de primaria y acababa de llegar a un colegio grande, de vuelta a Bogotá después de unos años de infancia fuera de la capital. No estaba acostumbrada a convivir con hinchas de otros equipos, en Santander la gente era de Millonarios o del Bucaramanga en su defecto y, si alguien te molestaba porque Millonarios jugaba mal y perdió el fin de semana, tú le sacabas la carta de que solo hablabas con gente que tuviera estrellas; porque sí, yo no las vi, pero no dejaba de tener 13 estrellas bordadas al escudo.
Ese hermoso 2006 cuando llega Ricardo con su alopecia al Campin, Millonarios entra por segunda vez consecutiva en el año a los 8. Tenía 9 años, me la pasaba llorando en los brazos de mi papá preguntándole porqué era que no ganábamos y él solo respondía poniéndome videos de las vueltas olímpicas de la 12 o la 13. Entramos con la fe ciega que aún conservo de la época. No teníamos un equipo tan malo, Bedoya hacia cositas, Jonathan Estrada era otra mente que daba esperanzas y eran los inicios del entonces juvenil Robayo.
Primera fecha de los cuadrangulares contra Medellín y nos quedamos en la casa porque a alguien le había ido mal en el colegio y se tiró todo; aquí dejo las disculpas públicas a mis papás por perdernos eso. Del partido no me acuerdo nada, eso pasa con los momentos felices, no te acuerdas de cómo amaneció el día que te casas, pero sí del fiestón. Todavía en mi memoria infantil puedo ver a Ricardo volando por esa pelota que Castrillón pateó como si el “calvo” no estuviera ahí. No fue una atajada cualquiera, hay que tener mucha gallardía para tomar eso frente a un estadio de fácil 40 mil almas. El abuelo de “Cici” había fallecido el día anterior al partido. Eso amigos míos, hoy no te lo hace nadie.
En el 2007, Millonarios llegaba a la Sudamericana solo con la confianza de sus hinchas acérrimos, no era que tuviéramos un equipazo. Y llegó el partido que lo inmortalizaría por siempre, cuartos de final, en Bogotá contra Sao Paulo. Se marcó dos golazos quitándole toda posibilidad a los brasileños de siquiera soñar. Le dio la clasificación a una hinchada hambrienta a semifinales continentales. Un nuevo héroe, un nuevo ídolo, mi primer ídolo en la vida que veía y en mi inocencia le preguntaba a mi papá si Iguaran era tan bueno como Ciciliano, lo podría haber comparado con el mismo Pelé, por ponerme a soñar de esa manera. Lo que vendría sería un mazazo en el Azteca con el cual aún tengo pesadillas.
A Ciciliano le debo mucho como enamorarme tanto de Millonarios. Ricardo fue mi primer ídolo, de los pocos que tengo. Siempre voy a recordar con cariño poder haberlo visto jugar, un calidoso, el “calvo” me ayudó a soportar momentos duros con un equipo sin plata, con jugadores flojos, quedando en puestos tan bajos y con la sombra del descenso ahí mirándome de reojo. Gracias a Ciciliano tuve como responder a las montadas de mis compañeros porque sí, podían quedar campeones, pero ¿tenían al goleador de la Sudamericana que además atajaba penales?
Así que Ricardo, descansa en paz, en gloria y en felicidad, porque a esta tierra azul le regalaste mucha alegría, hiciste que en muchas vidas saliera el sol los lunes. Dales un saludo a nuestros otros ídolos, por siempre un pedazo de nuestra historia tendrá tus ganas y gallardía. Si puedes interceder porque nos manden uno igualito a ti, no lo dudes.
Hasta siempre, ídolo.
Valentina Cadosch
@Cadosch12