Hay ausencias que parecen eternas. Ir al estadio a ver a Millos, en vivo y en directo, es una de ellas. Desde 1984, a los 6 años, ir al estadio fue parte de un ritual, una catarsis, una forma de ser, y una espera que marcaba la semana. Al principio con mi papá, luego con amigos del barrio, luego en solitario y en los últimos años con otros enfermos -como yo- del azul. Durante 39 años, poco importaba si llovía, poco importaba el rival, el amor de verdad tiene citas inocuas que uno espera con ansiedad.
El Covid nos quitó esa alegría y volvió el fútbol un espectáculo común. Los hinchas, si no tenemos a quien hinchar, nos volvemos pasivos, apáticos, nos enfermamos. Ver un partido en TV se vuelve insípido, como un amor por carta. Los jugadores, a su vez, sin quien los aplauda, son artistas de circo huérfanos, apenas hologramas de otra realidad. Un gol gritado en la intimidad de la casa, frente a un tv o ante una tribuna vacía, nunca será igual que compartida con miles de anónimos que lo viven cada uno a su manera. Hay abrazos con desconocidos que no se pueden explicar.
Yo, extraño mucho ir a El Campín. Extraño ese puesto en occidental que guardo con cariño por que desde allí he visto a Millos campeón varias veces. Allí, he llorado, he reído, he celebrado, he maldecido. Ese pequeño espacio, ese insignificante territorio, es casi que un país enorme para mí. Esa silla amarilla, lo sé, también me extraña a mí. Un apartamento sin inquilino que la habite.
Allí, en ese territorio al que sueño volver a invadir cuanto antes, mis hijas se han contagiado de amor por el azul y han entendido lo que el fútbol -y ser de Millos- puede explicar para la vida. Allí, en el coloso en ruinas de la 57, he abrazado con fuerza a mi papá, a extraños, a amigos con los ojos llenos de lágrimas, por un campeonato que esperamos por décadas. Allí, he gritado improperios que no sabía que tenía a rivales y árbitros; allí he hecho rituales, he visto atardeceres, anocheceres, días de sol y hasta de lluvia; todo porque en ese espacio he pasado más tardes de domingo felices que en cualquier otro.
Que vuelva pronto el hincha al fútbol, que nos devuelvan pronto esa posibilidad de ver en vivo y en directo al equipo que se ama, de poder gritarlo, de aguarse los ojos mientras se canta el himno de Bogotá, las canciones de Millos, de aplaudir un cambio, de sentirse parte de algo más grande, de ser parte de una masa llena de individualidad.
Que vuelva pronto el hincha al futbol, que vuelva por esos jugadores de la cantera que merecen aplausos, apoyos, oír su nombre bajar por las escaleras, sentirse ídolos aunque sea por un domingo. Héroes en cortos. Que vuelva el fútbol con hinchas a El Campín y a los otros estadios porque la pandemia nos ha quitado mucho, pero no la esperanza. Todos hemos perdido algo o alguien: familia, amigos, conocidos y el fútbol siempre será una vacuna para cualquier enfermedad.
Que vuelva el fútbol porque este Covid nos ha dejado un vacío en el corazón que un grito de gol al minuto 89, con un estadio repleto y azul, no completará, pero si liberará muchos meses de tristeza. Hay ausencias que parecen eternas y por lo menos para mí, gritar “ y gol, y gol, y gol”, mientras una pequeña locura me invade el cuerpo, me hace falta para vivir.
Que vuelva el fútbol con hinchas al estadio para nosotros, para los jugadores, para Millos, porque no hay nada como poder demostrarse en vivo y en directo el verdadero amor. #volveremos
Febrero 17 de 2021, en un mundo con Covid.
Por Andres Gómez V. @andresgomezv