El confinamiento sigue su rumbo mientras la humanidad busca afanosamente una vacuna para el Covid-19. Los deportes profesionales están a la espera de retomar sus actividades, con las precauciones que la “nueva normalidad” exige, y entender cuál será su papel en medio de esta pandemia. Para algunos, ese rol es el de la desaparición y han enfilado sus columnas y espacios de opinión en contra del fútbol y sus hinchas.
El último fue Hector Abad Faciolince, de quien soy lector asiduo, con la columna de El Espectador titulada “De fútbol no vive el hambre”. Él, como otros pensadores, han utilizado su acceso a los medios de comunicación y redes sociales, para despotricar del fútbol, utilizando lugares comunes y falacias de toda índole, intentando macartizar su práctica y a nosotros los aficionados de algún equipo.
El común denominador de todos está en dos lugares comunes: “el fútbol no es lo más importante” y “sin futbol se puede vivir”. Estas ilustres eminencias, los que “ponen a pensar al país”, necesitaron una pandemia para caer en cuenta que el fútbol es lo más importante de lo menos importante en la vida. Ellos, oráculos de la realidad nacional, esperaron a estar en cuarentena para vislumbrar que dentro de las necesidades básicas del ser humano para sobrevivir no está el fútbol.
El camino fácil es salir a minimizar tantas actividades que nos dan un motivo más para vivir, pero que son prescindibles. Más fácil aún culpar de tantas desigualdades que hay en el mundo y Colombia, al fútbol. Músicos, pintores, escritores como el señor Abad Faciolince, ganan mucho más que profesores, médicos y enfermeros, y la culpa no es de ellos sino de cómo funcionan las cosas en la humanidad. Acabar con el fútbol, los cantantes, los bares, ni finalizará la pandemia, ni nos hará mejores seres humanos.
El gobierno decidirá cuándo y cómo volverá el fútbol profesional colombiano, pensando en la salud de los jugadores primero. Los dirigentes tendrán que ponerse a la altura del momento, bajarse del pedestal y entender que necesita de todos para que regresen a las canchas: nunca fueron una isla aparte de la realidad del país y esa nube se les esfumó por completo.
Como el propio Hector Abad lo relata en “Angosta”, su afamado libro, es hora de todos ponernos en el lugar del otro, sin importar su profesión, y terminar siendo mejores que antes de este confinamiento. El enemigo no es el fútbol, el enemigo es el Estado que roba y los dirigentes del fútbol que creen que la pelota es de ellos.
@maugor