No se puede negar que el fútbol tiene su propio carácter, sus propios términos. El folclor está envuelto en una vulgaridad divina, porque el mismo fútbol tiene una personalidad irrespetuosa, de potrero y espero que eso jamás se pierda. No se pueden confundir los mismos códigos del fútbol con no saber alentar o con destruir al equipo; una cosa es que todos maldigamos al cielo cuando alguno falle lo que claramente era gol y otra muy distinta chiflar siempre que un jugador en específico toque el balón, eso sí es persecutorio y solo está permitido hacérselo a los rivales.

Lo que no podemos intentar cambiar es su el lenguaje y ponerle unos modales al fútbol que no conoce. Él es irreverente y problemático, solo se respeta a si mismo. Cuando lo adornamos de bonitos estadios, jugadores mercenarios y mil marcas pierde un poco esa misma hostilidad que lo caracteriza; no es que el fútbol y la violencia sea un matrimonio inseparable, una cosa es ser rebelde a caprichos burocráticos y otra el fenómeno de los enfrentamientos entre hinchas.

«El rival tiene que sentir que quiere arrojar la pecosa lejos y que jamás regrese a sus dominios.»

Jamás se puede pretender que un partido de fútbol, en especial acá en un Sudamérica, transcurra como si estuviésemos viendo golf o tenis. Por sus mismas mecánicas, no vive y muere en el gol: vive en los desbordes, en los centros, en los contragolpes, cada saque es una oportunidad y el reloj es verdugo. No se le puede pedir a un hincha futbolero que se siente y espere pacientemente el gol. Cuando Millonarios tira un buen pase el estadio entero se paraliza, todos tenemos nuestras indicaciones, nuestras maneras de verlo, luego, cuando el delantero patea o no lo hace, cada quien tiene su opinión; si la rebelde pelota toma otro rumbo todos nos vamos a manifestar porque estamos nadando en adrenalina.

Lo que no está bien es escudarse en el folclor con el afán de quemarlo todo, criticar cualquier cosa. En el fútbol hay una regla en la tribuna que esta tácita: a los únicos jugadores que se putean a es a los rivales, a los otros, porque el fútbol ama y odia, se enamora de unos colores y los demás los desprecia. El rival tiene que salir sintiendo miedo, tiene que sentir que quiere arrojar la pecosa lejos y que jamás regrese a sus dominios.

Los propios se deben sentir en el paraíso, cuando se falla es obvio que el mismo folclor se hará cargo, pero lo que hay es que volver y aplaudir la acción de quien lo está dando todo por estos colores que amamos. La crítica es perfecta cuando tiene fundamento, no puede nacer de esas ganas de joder que últimamente tienen los embajadores, quien porte la azul siempre va merecer otra oportunidad.

Así que queramos a este deporte tal como es, vayamos al estadio y vivamos a Millonarios donde tenemos que vivirlo porque por televisión toda la vida que tiene es silenciada y es cuando más frío se ve; empezamos a pensar que no respira, que los jugadores no tienen voz, que el aliento no es importante y es vital. El folclor que tiene el fútbol no es un escudo que permite todo porque acá todo se trata de honor, lealtad y códigos sagrados, para descargar su ira tiene al rival que es su muñeco de trapo, su pelota anti estrés. Pero recuerde que al terminar los 90 terminará el trance y con ese regresa la civilización.

@Cadosch12