Los minutos no pasan, el reloj emprende una guerra contra el mismo tiempo y no quiere dejar morir las horas. la ansiedad crece y oprime cada vez mas el pecho, no se encuentra consuelo en nada, el hincha solo guarda toda la energía represada en su pecho que cada vez lo ahoga un poco más; mira el reloj, lo escucha y en esa batalla de miradas al fin el guardián del tiempo se le desliza la vida de un minuto entre las manecillas, falta menos.

El hincha se prepara para partir. La camisa adorada encuentra su lugar justo en el momento en que el escudo roza el corazón; los colores que hacen que el mundo brille un poco más se dan cita en su rostro con aquella pintura tan grasosa, la bufanda con un alguna bella frase hacia el equipo se enreda en un abrazo en su cuello reza algo como “Yo te vi campeón”, por supuesto la chaqueta con el escudo pero sin cerrar para no tapar la camisa con ese hermoso azul.

El hincha se conduce con emoción hacia el estadio para aquellos enamorados de Millonarios siempre es la primera vez, a pesar de que ya no se ve tan grande el estadio, es el templo donde siempre se quiere estar, a pesar de conocer todos sus rincones, siempre se dilata la pupila en ese segundo en que al dar un paso más aparece el Nemesio rendido a tus pies.

Prepara su abono o su boleta, lo tiene entre las manos un poco sudadas por las ganas de estar ya adentro, escucha los cantos e instrumentos desde lejos y ya ve el Nemesio desde afuera. Ha pasado tiempo desde que no está allí saltando y rompiéndose un poco la voz, le sonríe y el coloso le devuelve el gesto; ambos se extrañaban, los trapos que se ven colgado en la fachada son una invitación a pasar a la casa del más grande que una vez más se encuentra en la ciudad, es una carta amor para aquellos que no soportan tener lejos a Millonarios.

Comienzan los filtros, aquel laberinto que acerca poco a poco, que hace que el corazón se acelere más. El estadio El Campín para un embajador es aquel lugar donde los sueños se forman y el amor toma prestado el concreto y el césped, es una oda a todos los años en la tribuna, es una dosis a esa eterna locura.

Al fin escucha el sonido que indica que solo un paso lo separa de estar en las entrañas del corazón más grande de Bogotá, todos los latidos se sincronizan; camina con paso apresurado, sube los escalones y los cánticos cada vez lo envuelven más, como si de un coro se tratase. El cielo toma forma circular, esta delimitando todo lo que en ese momento es magia y universo, un paso más y se encuentra en las gradas, respira profundo; el aire evoluciona en suspiro, besa su escudo y al bajar los brazos con el campo una vez más de frente, sonríe, lo único que puede pensar en ese éxtasis: “al fin nos volvemos a ver”.

Valentina Cadosch

@Cadosch12