Es un sentimiento, un conjunto de neuronas a mil revoluciones que te llegan hasta la garganta, a la punta de los pies, que te recorre una y otra vez, desde que ves El Campín, imponente, alzado sobre la noche capitalina como estandarte que nos define a todos. Esas farolas que, si te subes desde cualquier terraza de Teusaquillo, ves como rompen la penumbra.
Llegar y ver sus filas que siempre se antojan eternas. Ese impulso casi automático de frotar las manos y dar un pequeño salto, los nervios, son el síndrome de abstinencia de quien tiene su dosis semanal de locura tan cerca. El calor de estar con los nuestros aunque sean auténticos desconocidos, pero en lo profundo de los corazones conectados a un nivel que solo aquellos que padecen de fútbol pueden reconocer. Todos con la táctica en la cabeza: por Dios que las bandas hoy si nos funcionen, que Bogotá no ponga el balón tan jabonoso para poder bajar la pelota al piso, que nuestro 10 reparta balones profundos, etc. Todo lo recitamos como un padre nuestro: tú que estás en el fútbol, no nos abandones esta noche.
Poco a poco nos acercamos a los guardianes del portón que siempre se visten de ese color que nos irrita tanto, y no es cuestión de ser anarquistas, es un impulso natural como el toro frente al color rojo. Ellos, los que nos separan de entrar al paraíso con sus pesquisas y frases poco amables, lo que no entienden es que no puedes negociar con la pasión y con el amor, necesitamos correr ya las tribunas.
«El Millonarios de mi corazón, por el que no importa mojarse o aguantar el sol más inclemente».
Todos lo hacemos cuando terminamos el último filtro, y solo queda la inmensidad del espacio, lo lejano que parece el Coloso en ese momento, así que nos damos una pequeña carrera así falten 10 minutos para el partido o 2 horas, todo se traduce en éxtasis, trance y felicidad sabemos que estamos en el lugar donde precisamente debemos al lado de lo que nos hace latir el corazón.
Ya en sus entrañas, todas las veces es como la primera vez. Darle un vistazo a las escaleras, a los puestos de comida, la lechona por más de ser tolimense en Bogotá debería ser el plato típico, el olor de los palitos de queso que se convierte en bastones cuando falta poco para que salga el equipo, sabrosos pero eternos; todo nos recuerda que estamos en casa como si fuéramos viajeros a los que se les sirve su primera comida. Siempre dándonos un segundo de detenernos y observar de lado a lado como si nos dijera “es un placer volvernos a ver, bienvenido”.
Mi amado Campín, aunque no seas solo nuestro y andes de coqueteo cada tanto con aquellos que no merecen ser nombrados, entre tus pasillos he visto la felicidad y la desgracia tomar lugar. Lo único que importa es que un rato solo eres mi Millonarios, el Millonarios de mi corazón, por el que no importa mojarse o aguantar el sol más inclemente.
Se escucha el pitido que lo paraliza todo por un momento, todos en silencio que ya rueda la sagrada pelota, todos a cantar que ya juega la pasión hecha colores, Millonarios de nuestro corazón, te juro que todo es por amor.
@Cadosch12
Que bien describes el ritual de llegar a ver al más grande mi millonarios del alma…adelante cada palabra desgaja lágrimas al leerla …