Es quizás el momento del fútbol, aparte por supuesto de ser campeón, más dulce. Es cuando estamos más conectados todos los hinchas, el equipo y todo aquel que asiste a ver la paliza; es el momento donde el corazón estalla e incluso ese que nunca canta se anima a romperse la garganta.

Tomarse confianza es igual a golear, porque el arco se abre y los jugadores creen más en ellos, en sus prodigiosas piernas; es el éxtasis donde los jugadores y los hinchas se unen en un solo clímax. Millonarios goleando, da la sensación que todo esta en el lugar donde debe estar, el equipo de los títulos, la grandeza y la historia pasando como un tren encima de un rival pequeño, a eso es que deben venir todos esos equipos a la capital, a ser goleados.

La goleada es la pausa necesaria para pensar, el bálsamo de las heridas; las cierra y las olvida, levanta incluso al más caído y, en momentos como estos, aparece una esperanza brillante, que reluce como una estrella en medio de las luces del Campin.

La historia le reclama a Millonarios golear, gustar y ganar, por sus hinchas y por los títulos que lleva a cuestas. Para el hincha es el vértigo de saberse grande, nunca serán suficientes los goles para un corazón futbolero. Siempre creeremos que les cabe otro al rival, nunca la derrota será lo bastante humillante, siempre más; porque de eso vivimos los hinchas, para los goles, es nuestra función y nuestra palabra favorita y como no, uno se hace adicto a gritar goles, uno quisiera quedarse sin voz de gritar goles y mucho más en la noche capitalina, rodeados de los nuestros, dándole confianza a los 11 guerreros.

El hincha toma forma desde que los jugadores entran al terreno de juego, pero toma vida cuando grita gol; hacerle sentir al rival el craso error que ha cometido al darnos tanta vida en los minutos tempraneros del primer tiempo, un error que va a pagar con humillación.

Existimos con la única función de que esa pelota bese con todas las fuerzas la red, vivimos para ver la rendición del arquero contrario, verlo caer de rodillas o simplemente en una pirueta que no puede hacer nada, porque aquella noche, la pelota se enamora de la red y no la suelta. No solo los jugadores tienen romance con el gol, también los hinchas que se hacen dependientes de su existencia. Aquella proeza hermosa del gol no seria nada si no tiene quien la grite a todo pulmón, solo sería parte de un juego frio y líquido si no toma forma en la garganta cálida de su publico que la ve como una musa.

El gol cura y destroza, pero cuando es sucedido por muchos, llena o destruye. Esta vez estamos en el lado vencedor, el arco se ha abierto y será difícil cerrarlo porque acá estaremos siempre para ver como el gol encuentra su camino como grito guerra, como oda al amor.

Valentina Cadosch

@Cadosch12