En exclusiva para LosMillonarios.Net, el escritor bogotano Mauricio Silva nos da un adelanto de lo que será su nuevo libro titulado «El mejor equipo del mundo».
En dicho libro se narra la asombrosa y romántica historia de Los Millonarios, entre 1949 y 1953, cuando, en efecto, fue considerado el más brillante conjunto de fútbol del planeta.
Tomado del Capítulo 4: La campaña mágica (1951)
El 1 de febrero, en el estadio de la Universidad Nacional —porque finalmente comenzó la remodelación de El Campín—, entrenó por primera vez “El Ballet Azul”, es decir, la nómina de lujo que meses después se instalaría en la memoria histórica del fútbol mundial por la elegancia de su juego. Los aficionados que fueron a ver al equipo quedaron maravillados con Báez, Reyes y Mourín. Solo tres días después se jugó el primer partido del año, un amistoso con el Atlético Municipal de Medellín que, gracias al apoyo de nuevos inversores, cambió de razón social y, desde entonces —y hasta hoy—, comenzó a llamarse Atlético Nacional: el equipo de “Los Criollos”, como le decían, porque apostaba únicamente a los jugadores nacionales.
El 4 de febrero, Millonarios presentó a su alineación interestelar: Julio el “Portero del Siglo” Cozzi (arquero); Raúl Hermenegildo el “Cachorro” Pini (back derecho); Francisco de Jesús el “Cobo” Zuluaga (back izquierdo); Néstor Raúl el “Pipo” Rossi (half centro); Julio César el “Paraguas” Ramírez (half derecho); Ismael Soria (half izquierdo); Hugo Reyes (wing derecho), Reinaldo Mourín (wing izquierdo); Adolfo el “Maestro” Pedernera (interior derecho); Antonio el “Maestrico” Báez (interior izquierdo); y Alfredo la “Saeta Rubia” Di Stéfano (centroforward). ¿El resultado?, un vals de salón. Millos estrenó a la nueva franquicia de Medellín con una goleada más que sonora: 6–1. “Todos los entusiastas que forman la parte directiva del club de Los Embajadores, han puesto su granito de arena para brindarles a sus parciales y a la afición del país, un equipo de fútbol muy difícil de igualar en Suramérica”, así inició El Tiempo su crónica. A los cuatro minutos, Millos ya iba ganando 3–0 con doblete de Báez (solo le bastaron treinta segundos para marcar su primer gol en Colombia con Millonarios) y uno de Di Stéfano. A los dieciséis marcó Soria, a los treinta y dos descontó Pérez y a los cuarenta y dos anotó Di Stéfano. En el segundo tiempo, Osorio Vargas marcó en contra.
La fama de Millonarios se extendía cada vez más por Suramérica y de todos los países de la región llegaban invitaciones que, por supuesto, fueron el gran sustento del club. El 8 de febrero, “El Embajador” arrancó a Bolivia donde fue contratado por la Federación de ese país. La altura era el gran obstáculo, pero el 11 de febrero venció al Club Bolívar por 1–3 en La Paz, con un gol de Hugo Reyes y dos de Di Stéfano. El 18 de febrero de 1951, jugó contra el Club Deportivo Ferroviario: a los ochenta minutos el partido iba 3–0 a favor de los colombianos, pero expulsaron a Rossi y los bolivianos anotaron dos goles, uno de penal dudoso. Luego, a los ochenta y siete minutos, expulsaron a Corzo y Ferroviario empató, con la ayuda del pito: 3–3. Por Millonarios habían marcado Báez, con dos goles, y Mourín. El 25 de febrero, Millos derrotó al campeón boliviano, el Club Social y Deportivo Litoral, por 5–3 con goles de Pedernera, Báez y tres de Di Stéfano. Los bolivianos marcaron dos de penal, de nuevo dudosos. Eran amistosos en los que había que darle juego al local. Ese día se dio la máxima recaudación de la historia de Bolivia, hasta entonces, con 1 800 000 pesos bolivianos. En medio de la lluvia, el 4 de marzo de 1951 terminó la gira con un empate a tres goles ante un seleccionado de La Paz (de nuevo con un penal dudoso para los de casa). Marcó un gol Soria y dos Di Stéfano, quien, por entonces, ya era la máxima atracción del fútbol suramericano.
El 23 de febrero se realizó la Asamblea del Azul, en la que fue reelegido Alfonso Senior como presidente. La principal conclusión de aquella reunión fue: “La contratación de Higgins y Flavell el año anterior fue un fiasco. El club perdió 50 000 pesos”.
El campeonato pasó de dieciséis a dieciocho clubes. Fueron aceptados el Deportivo Samarios y el Deportes Quindío. Millos arrancó el 11 de marzo en casa contra Huracán y ganó 2–1. El 18 de marzo, empató en Barranquilla 1–1 con el Sporting. Para la tercera fecha, el partido en Bogotá, contra el Bucaramanga, se aplazó por mal tiempo del 25 al 27 de marzo y, con mucha dificultad, Millos ganó en Bogotá 1–0 con golazo al minuto noventa de Pedernera. Ese día dejó una dolorosa estampa que habló del poder del cañón de la pierna derecha del Maestro. Empezando el segundo tiempo, soltó un balonazo a media altura que apenas pasó rozando el palo derecho del visitante, con tan mala suerte que, diez metros atrás, estaba un recogebolas a quien la pelota le impactó en su frente. Nocaut técnico, “por la vía de los sueños”: el muchacho salió privado de la cancha. Ya era conocida la leyenda de que, en un entrenamiento, Pedernera había estallado, literalmente —al igual que Cabillón—, un balón contra el travesaño. Artillería pesada. El 31 de marzo los azules vencieron 0–3 a Universidad (Báez botó un penal y Cozzi atajó uno). El 8 de abril, por la quinta fecha, Millonarios derrotó 3–2 al Medellín en Bogotá y sumó nueve puntos. Por primera vez, fue líder en solitario. De ahí en adelante, nunca más soltó la punta. El 15 de abril goleó al América, 0–3 en Cali, con tripleta de Báez.
Millos, entonces, era un reloj. Pero, ¿a qué jugaba? Básicamente, a la pirámide invertida: 2–3–5. Dos backs (Pini y Zuluaga). Un mediocentro, al que se conocía en esa época como “centrojás” (Rossi). Un half derecho (Ramírez) y un half izquierdo (Soria). Dos wings que hacían la banda, a manera de carrileros: Mourín (por izquierda) y Reyes (por derecha). Dos interiores que eran tan armadores como rematadores: Pedernera (por derecha) y Báez (por izquierda). Y el gran centroforward, Di Stéfano. ¿Y cuál fue su magia? Primero que todo, la pelota al piso desde atrás: el Maestro tenía prohibido despejar a cualquier parte. Segundo, para desconcertar a los rivales, Pedernera ordenaba, en diferentes momentos del partido, “hacer el ballet”, que no era otra cosa que decirle a los wings que intercambiaran sus posiciones, lo mismo que a los dos interiores, esto con el fin de cambiar el perfil de remate (Báez hizo muchos goles así). Y, por último, dar absoluta libertad a Di Stéfano, el diferente del equipo, para que se moviera por toda la cancha: un “todoterreno” que bajaba a recoger el balón a propio campo y lo llevaba, en paredes —o por cuenta propia— al área contraria. Eso, por supuesto, hacía que Millonarios jugara sin un nueve fijo, posición a la que podía llegar cualquiera. Sí, la génesis “fútbol total”. Pero sigamos.
Como “El Dorado” era el gran monumento de la insurgencia mundial, la última semana de marzo aterrizaron en Bogotá tres altos directivos de la FIFA para solucionar ese problema que denominaron “el caso Colombia”. La comisión, que había sido nombrada en el Congreso de Río durante el Mundial de 1950, estaba conformada por Luis Valenzuela (presidente de la Conmebol), Ottorino Barassi (vicepresidente de la fifa) y Luiz Aranha (directivo del fútbol brasileño). Se reunieron con el gerente de la Dimayor, Camilo Guzmán Cabal, y con el presidente de Millos, Alfonso Senior. Luego viajaron a Barranquilla a reunirse con la Adefútbol. En un primer acuerdo, la Dimayor aceptó que desde el 23 de marzo cualquier fichaje internacional se haría con las reglas FIFA, pagándoles a los clubes de origen las transferencias. Valenzuela y Barassi siguieron a Madrid donde hubo una reunión de la FIFA para la reforma del reglamento con representantes de Francia, España, Gran Bretaña, Chile, Argentina, Dinamarca y el presidente Jules Rimet. Se iban a tratar varios temas y el primero de ellos: “Colombia”. Allí presentaron el informe del primer acuerdo con la Dimayor, pero no quedó claro qué pasaría con los jugadores que ya se encontraban en Colombia y qué pasaría con la Adefútbol y la Dimayor, si debían unificarse o si continuarían por aparte. Jules Rimet habló de la insubordinación de la Dimayor: que eso no se podía permitir y que aquellos jugadores que osaron desafiar a la FIFA debían ser sancionados de por vida. No se veía ninguna luz. Desde Caracas invitaron a Millonarios para un partido a beneficio de la Cruz Roja, incluso la Cancillería anunció que ponía un avión de la FAC a disposición —porque era importante para las relaciones de ambos países—, pero la FIFA no permitió el partido.
Por cuenta del cincuentenario del Alianza Lima, el presidente de Perú, el general Manuel Odría, declaró la amnistía a los jugadores peruanos a partir del 15 de febrero. Esto hizo que varios peruanos del fútbol colombiano regresaran a su país. El Alianza Lima le hizo una jugosa oferta a Ismael Soria, y la prensa limeña daba como un hecho que regresaría a su país. Sin embargo, a mediados de abril, Soria declaró: “Nunca, jamás, he pensado cambiar de club. Me encuentro muy a gusto con Los Millonarios, como pez en el agua. Aspiro a concluir mi carrera deportiva vistiendo los colores de los Embajadores”. Pero eso no fue suficiente, a Soria lo bombardearon de propuestas durante más tres meses, le llegaban pasajes pagos para él y su esposa, pero el peruano se limitaba a contestar con mensajes telegráficos que publicaba la prensa: “Nuevamente advirtiéndoles: finalizaré mi carrera deportiva con Los Millonarios. Su amigo de siempre, Ismael Soria”.
El baile a Atlético Nacional
El 22 de abril, por la fecha siete del torneo, Millonarios derrotó 2–0 a Samarios en Bogotá. Luego, el 29 de abril, visitó a Atlético Nacional, al que ya había bailado semanas antes en un amistoso. Pero esta vez fue peor. A los cuarenta minutos del primer tiempo, Millonarios ya iba ganando 0–4 en el San Fernando con triplete de Báez y uno de Di Stéfano. Báez volvió a marcar a los sesenta y cinco minutos y, luego, llegó el más espectacular de la tarde: el “Cobo”, en su tierra natal, en donde pocas oportunidades le dieron en su juventud, cortó y salió limpio desde campo propio, dribló a Gustavo Mesa, a Marquitos Osorio y luego al arquero Jairo Ramírez (que había reemplazado al gran “Chonto” Gaviria). Simplemente la empujó en el área chica. En aquellos años era muy raro que un defensa saltara al ataque y anotara goles. El séptimo gol fue de Mourín a los setenta y siete minutos y Millonarios, por órdenes del Maestro, levantó el pedal. De hecho, cuando pisaban el área de Nacional, devolvían el balón para no hacer más grande la humillación. Y así dejaron el asunto: 0–7.
Al otro día, El Colombiano de Medellín tituló: “Pero ¿hubo encuentro en Medellín?”, con un subtítulo que decía: “Los Millonarios jugaron solos, en demostración de una técnica depurada y eficaz. Hasta el defensa ‘Cobo’ Zuluaga marcó un gol». Luego, en el desarrollo de la crónica, quedó este aparte imborrable:
“El espectáculo pareció más bien uno de aquellos que daba el maestro del toreo Manuel Rodríguez, cuando convertía a un animal de buena casta en un juguete de su impávida muleta para llevarlo hasta los momentos finales de la lidia: las banderillas fueron aplicadas por Báez y Di Stéfano con los goles en el primer tiempo, la estocada la propinó el mismo Báez en el quinto goal —para repetir con los toreros que no hay quinto malo— y el puntillazo estuvo a cargo de ‘Cobo’ Zuluaga . . . Millonarios en el primer tiempo procuró asegurarse el triunfo y en el segundo se dedicó a dar ballet a toda orquesta. Cuando el conjunto local había desaparecido moral y casi físicamente de la cancha tuvo que dedicarse a contener sus propios ímpetus: permitió a ‘Cobo’ Zuluaga, back izquierdo, que avanzara a través de una cortina protectora de jugadores azules parados para que marcara su tanto; ‘Cobo’ tomó la bola, dribló un medio, dribló un zaguero y se encaminó a la puerta: Ramírez salió a contenerlo y ‘Cobo’ lo dribló también, para anidar la pelota en las redes. Por más de treinta minutos la bola permaneció en la mitad del campo, llevada y traída por los jugadores millonarios, evitaban disparar fuerte sobre el arco enemigo. Cuando Castillo, que había entrado al final de la segunda etapa, se desmedía en sus avances, Pedernera pedía al árbitro que pitara off-side en contra de su cuadro. Fue un suave entrenamiento lo que hizo Millonarios. Las gentes decían que fue mejor el diez a cero de Boca, porque al menos no paseó inmisericordiosamente”. Tras el baile, que terminó en compasión y respeto, el director técnico, Fernando Paternoster, presentó su carta de renuncia.
Tomado del Capítulo 6: La consagración mundial
El invierno había hecho estragos en el campo de juego del Real Madrid. Dos horas antes del partido dejó de llover y la cancha quedó en pésimas condiciones. Báez estaba mal del gemelo izquierdo y se temió que no pudiera jugar. En la defensa, Benegas sustituyó a Zuluaga (lesionado) y arriba Castillo a Reyes (por disposición de Pedernera). Millonarios formó en Chamartín con Julio Cozzi, Raúl Pini, Jorge Benegas, el “Pipo” Rossi, el “Paraguas” Ramírez, Ismael Soria, Alfredo Castillo, Reinaldo Mourín, el “Maestro” Pedernera, el “Maestrico” Báez y la “Saeta Rubia” Di Stéfano, el jugador estelar al que ya le tenían puesto el ojo los dos grandes de España.
En el palco oficial estaba el presidente de la Federación Española de Fútbol, Sancho Dávila, junto al embajador de Colombia en España, Guillermo León Valencia y el presidente de Millos, Alfonso Senior. Antes de salir, Pedernera, Rossi y Di Stéfano les hablaron a sus compañeros y les recalcaron la importancia de entregar una imagen gallarda: “Aquí hay que dejarlo todo”, les dijo el Maestro. Cuando saltaron a la cancha, veinticinco muchachas madrileñas, con sus trajes típicos de percal, con mantoncillos y pañuelos blancos, entregaron ramos de flores a los jugadores azules. Millonarios ganó el sorteo y eligió atacar a norte. A las 3:55 p. m. se dio el pitazo inicial.
A diferencia de los partidos anteriores, Millonarios entró decidido y concentrado, al punto de que, en los primeros minutos, ya ambos arqueros se habían zambullido un par de veces. A los dieciocho minutos, en la suya, Di Stéfano bajó al medio campo por el balón, se tiró a la derecha, sacó a un defensa, centró rastrero, el central se equivocó al despejar y le quedó servida la pelota a la “Muñeca” Castillo para definir (0–1). La tripleta goleadora del “Ballet” se dio cuenta que era el momento de acelerar y con fiereza saltó a por el segundo. Pedernera ordenó las famosas diagonales de los punteros. Di Stéfano, que tenía clarísimo en qué cancha estaba, recibió una pelota de Rossi, dribló y remató de media distancia: el arquero la contuvo, pero el balón siguió curso. Zárraga, con suerte, alcanzó a sacar la pelota de la línea. Entonces los azules apretaron más. Baéz tiró un par de gambetas endiabladas y Mourín hizo lo mismo. Con sorpresa y espontáneo afecto por el buen fútbol, el público comenzó a alentar a Millonarios. A los treinta y ocho minutos, Rossi quitó y dio ese primer pase limpio a Pedernera que, a un toque, habilitó a Di Stéfano quien, a su vez, encaró a Muñoz, amagó, se la tocó a Báez, quien, de primera —y dentro del área— se la devolvió en una pared. Di Stéfano dribló e inmediatamente remató a media altura. Alonso, quieto. ¡Tocata y golazo! (0–2): “El público aplaudió la belleza del gol y la violencia del remate”, describió Marca. A los cuarenta y tres minutos: “Avanzó el ala izquierda, integrada por Mourín y Báez, y luego de una serie de pases, Navarro falló y Báez quedó solo frente al gol, tirando con toda comodidad y el balón entró suave”, dijo la crónica de Marca. El marcador iba 0–3.
Ya para el grueso de la hinchada madridista, ir tres goles por debajo no resultaba para nada divertido. Entonces empezaron a recriminar a sus jugadores que veían cómo Pedernera, con el tobillo vendado, ponía a rodar la pelota por todo el terreno de juego. A Alonso, aquel arquero que años después sería importante en las Copas de Europa, lo silbaron, aun cuando no tuvo que ver en los tres goles. Fin de la primera parte. Millonarios entró al túnel bajo un mar de aplausos. Incluso, como en el teatro, el público los obligó a volver a salir tras recibir una larga ovación. Fueron cuarenta y cinco minutos preciosos e inolvidables, tal vez los mejores y más importantes en la historia del club. Antonio J. Vargas, Enrique Holguín y Alfonso Senior no pudieron contener las lágrimas cuando los 70 000 asistentes no paraban de aplaudir.
Para el segundo tiempo, Scarone ingresó al extremo izquierdo Pedro María Arsuaga y al delantero Roque Olsen, otro destacadísimo jugador argentino de la década del cincuenta. Pero Millos estaba derecho y, a los cincuenta y dos minutos, Di Stéfano aumentó tras rematar un centro de Castillo (0–4). ¡La humillación! Todo lo que no se le había dado a Millonarios en el inicio de la gira de 1952, se le dio esa tarde ante el Real Madrid que reaccionó y que, a los cincuenta y nueve minutos, descontó con un cabezazo de Arsuaga. El equipo “Merengue” tomó un segundo aire y, con la ayuda del árbitro, que omitió varias faltas, metió a Millos en su campo. Eduardo Sobrado marcó el segundo a los setenta y seis. Cuando parecía que se venía una avalancha de los locales, rugió el de siempre: el “Pipo”. Rossi gritó a los suyos, a los otros y a los de negro. Y quitó y quitó y quitó balones. Los jugadores del Real Madrid protestaron una pena máxima de Benegas que no les dieron e, incluso, agredieron al árbitro. La guardia civil tuvo que intervenir. Todo pasó al juego fuerte. De amistoso, pocón. Algunos hinchas les lanzaron almohadillas a jugadores de Millonarios. Ramírez y Rossi mostraron los dientes y fueron perros de presa en el cierre del partido. Pini, cojeando, en la más bella tradición del coraje charrúa, rechazó todo e impuso condiciones. Cozzi, cuando lo exigieron, estuvo imperial. Pitazo final: 2–4. Se escribía, entonces, la primera gran épica del fútbol colombiano.
Senior dijo a El Tiempo: “Con emoción dedico el triunfo al pueblo colombiano y a los hinchas de Millonarios. El partido fue estupendo. La suerte no nos podía continuar adversa”. El corresponsal de Mundo Deportivo de Barcelona escribió: “¡Qué primer tiempo el que los Millonarios nos han brindado esta tarde en Chamartín! Nuestros muchos años de fútbol no recuerdan, sino en contadas ocasiones, una tal exhibición como la realizada esta tarde por los colombianos, ante un enemigo desbordado plenamente y un público atónito que se ha admirado ante estos grandes maestros del balompié”.
Raúl Pini hizo una revelación luego del partido a El Tiempo: “Para jugar me pusieron una inyección en el primer tiempo, por lo que he tenido la pierna muerta y no he sentido el dolor de un desgarramiento. En el segundo tiempo me di cuenta que en realidad había jugado todo el match con una sola pierna, sin usar prácticamente la lesionada”. Sobre eso Pedernera dijo: “Será algo inolvidable en mi larga carrera deportiva. Nunca, jamás, había visto yo en un hombre realizar tamaño esfuerzo. Fue algo heroico”.
Tomado del Capítulo 5: El equipo dorado (1951 – 1952)
Antonio Báez
Nació el 3 de junio 1922, en Rufino, Provincia de Santa Fe, en Argentina, y de niño vendía diarios y revistas en las calles. Los lunes iba a la estación del tren a recibir a Bernabé Ferreyra, el gran goleador de River en la década del treinta, y le ayudaba con sus maletas. El propio Ferreyra se lo robó de Newell’s cuando Báez estaba a prueba y lo llevó a River Plate en 1942: “Yo ya terminé, pero aquí traigo otro”, dijo el goleador cuando lo presentó en “La Banda”. Jugó en la reserva y en 1943 debió irse a prestar el servicio militar. En 1944 lo prestaron a Tigre y luego regresó a River donde de 1945 al 1947 hizo memorables presentaciones en el aquel mítico equipo. Por una pequeña lesión en los meniscos, que lo hizo intermitente, fue separado en la titular en River, pero Cozzi habló con el presidente de Platense y lo convenció de ficharlo en 1948. Gracias a su fútbol, el “Calamar” igualó en 1949 con River Plate en el segundo lugar de la tabla, en lo que fue una campaña histórica. En un partido ante Racing perforó la red con su potente remate.
Pedernera lo conocía de River y, en 1951, decidió ficharlo para Millonarios, equipo en el que anotó veintiocho goles, aun cuando se perdió diez partidos en liga por su recurrente lesión. “Me pagaban muy bien y estaba muy contento, pero mi gran aprensión a los vuelos me trabajaba los nervios. No podía superar ese temor”, le dijo a la revista El Gráfico ya retirado. Incluso, el “Gallego” —como le decían en Argentina— algunas veces se negó a jugar de visitante y prefirió quedarse en Bogotá, más allá de que no le pagaron su prima por partido ganado.
Adolfo Pedernera
Difícilmente existió otro jugador en el mundo —en los años cuarenta y principios de los cincuenta— con mayor renombre, prestigio y respeto que don Adolfo. Su figura, talento y pensamiento forjaron la estampa de fútbol hecho arte. Sus dos grandes legados, por los que además conquistó el Olimpo, fueron haber sido el conductor de “La Máquina” de River Plate y de “El Ballet Azul” de Millonarios, dos de los mejores equipos en la historia del fútbol mundial.
Con la cabeza en alto, arrastraba la pelota asida a su botín. La pisaba. Tenía un cañón en la pierna derecha, pero le pegaba con ambas. Sus cambios de frente, tan poco usuales en su tiempo, revolucionaron el fútbol argentino y colombiano. Siempre la pidió y, con gentil serenidad, la entregó con la claridad que solo tienen los genios de la pelota. Marcó muchos goles, porque también era un hombre gol —de hecho, con River hizo 133—, al mismo tiempo que, cada partido, sin falta, dejaba a los delanteros de frente al arco. Entendía el juego en todas sus expresiones: era el tiempo y el espacio. Pateaba los tiros libres y los pénales. Fue el inventor de lo que ahora llaman el “falso 9”, un centrodelantero con gol, pero que bajaba a recibir y crear juego. Sin hacerse líos, actuó en los cinco puestos de la delantera. Hablaba, pero corto. Sus mensajes en la cancha y el camerino eran ley para sus compañeros. Lo que decía Pedernera se hacía y punto. Fue fino, intuitivo y cerebral. Pedernera fue el fútbol.
Alfredo Di Stéfano
Diego Maradona lo dijo varias veces y para diferentes medios: “En Suramérica todavía pelean sobre quién fue el mejor, si Pelé o Maradona. En Europa lo tienen claro desde hace años: Di Stéfano fue el más grande de todos los tiempos”. Pelé, un poco más mordaz, opinó en 2009, de visita en Madrid: “La gente discute si Pelé o Maradona. Di Stéfano es para mí el mejor, era mucho más completo. Maradona fue un gran jugador, pero no pateaba bien con la derecha y no hacía gol de cabeza; el único gol de cabeza importante que marcó fue con la mano”.
Para los historiadores siempre ha estado claro que hay un antes y un después del balompié a partir de la figura de don Alfredo. Coinciden en que Di Stéfano lo cambió todo en su deporte y que fue él —con su manera de interpretar el juego— quien se inventó el “fútbol total”. Grosso modo, sin la Saeta no hubiera sido posible Cruyff; y sin Cruyff, Maradona; y sin Maradona, Messi. El crack argentino encarnó la inevitable revolución del fútbol: lo modernizó.
Las crónicas de su país dejan ver que, en sus primeros años en River —más su paso por Huracán—, Alfredito era un delantero más o menos tímido. Genial, sí, pero modesto: una diagonal, remate al arco y no mucho más. Las crónicas colombianas, tras su paso por Millonarios, advierten que fue en esas canchas, particularmente en El Campín de Bogotá, donde destapó todo su potencial. Y que fue Pedernera —su amigo, “padre” y mentor—, quien lo pulió. El Maestro le dio toda la libertad porque vio que podía ser un “todoterreno”. Así que, desde que aterrizó en Bogotá, empezó a alentarlo para que corriera la cancha por donde se le cantara, para que diera la sorpresa desde atrás, por la izquierda o la derecha. Pero no solo eso. También le enseñó de responsabilidad, de ética y de liderazgo. No es un secreto, Di Stéfano, con increíble autodeterminación, se graduó de comandante general en Bogotá. Una vez se convenció de su grandeza, comenzó a marcar goles de todas las especies: fue antecesor del gol “maradoniano” (dejar regados desde atrás a varios de sus rivales, esquivar también al arquero y anotar); firmó muchos de cabeza con increíble precisión (sus palomitas se convirtieron en sello de la casa); sobre la carrera, tras una gambeta corta, disparó decenas de riflazos con destino a la red; y tiró varias chilenas y medias chalacas que terminaron en abrazos. ¡Un fenómeno!
Sobre los autores:
Mauricio Silva Guzmán es, desde hace 10 años, el editor jefe de la revista BOCAS. Periodista bogotano (1968), columnista gastronómico e hincha apasionado de Millonarios F.C., ha sido, por 30 años, una de las plumas más destacadas de la Casa Editorial EL TIEMPO. También fue reportero del diario La Prensa y editor de las revistas Cambio y Semana.
Es autor de varios libros periodísticos: El Centurión de la noche; ¿Quién mató al Joe?; El 5-0; La leyenda de los escarabajos; Egan, el campeón predestinado y la trilogía Enséñame a ser héroe, considerada la obra escrita más completa sobre el deporte colombiano. También es coautor de las publicaciones futbolísticas De Millonarios me enamoré; Los mejores de América; Así volvimos al Mundial y ¡Mundialazo!
Ha ganado en tres ocasiones el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar: por la entrevista “El Joe” Arroyo, el rey no ha muerto, publicada en la revista Rolling Stone (2004); por el reportaje sobre la vida de Faustino Asprilla, La fiesta de Fausto, publicado en la revista Donjuán (2010) y por la entrevista a Yerry Mina, El rey de las alturas, publicada en la revista BOCAS (2019). También ha recibido dos veces el Premio Excelencia Periodística, por las entrevistas publicadas en la revista BOCAS: La sonrisa del Chavito (2016) y Yo soy René Higuita (2019); así como el Premio Nacional de Periodismo Acord por la entrevista a Sofía Gómez, Todo a pulmón, publicada en la revista BOCAS (2018).
Silva, además, ha investigado, conducido y presentado programas y documentales para la televisión de Colombia.
Investigación: Felipe Valderrama, comunicador social y periodista de la Universidad Javeriana, coautor del libro De Millonarios me enamoré (2013).