La rivalidad ante el equipo verde empezó esa mítica noche del 26 de abril de 1989. Tenía todos los ingredientes: cuartos de final de la Copa Libertadores, la que hace rato merecemos los embajadores por la fidelidad de su hinchada, enfrentando a las dos ciudades más importantes de Colombia, las cuales aún no tienen ni una vía de doble calzada que las comunique. Dos de las mejores nóminas de la época se batían en el césped del Nemesio Camacho y aún era latente la vuelta de la estrella 13 en el Metropolitano que dejó a los antioqueños con el subcampeonato.
Partido apretado, era el cuarto enfrentamiento en la competición, ya que se coincidió en la fase de grupos e incluso les habíamos ganado en su propia casa. En la ida de cuartos, un tal Albeiro Usuriaga, el mismo que nos clasificó a Italia 90, les dio el triunfo en la ciudad de Medellín, hoy reconocida por tener descendientes de faraones en las huestes uribistas. Esa papa caliente la tuvo que tomar el juez chileno Hernán Silva, fallecido en el año de la estrella quince, quien casi no puede salir por el túnel que queda detrás del arco norte, donde antes acostumbraban a salir los árbitros de la grama, ya que entre Cerveléon y Vanemerack casi lo acaban aquella noche.
A los veinticuatro minutos la “Gambeta” Estrada ya pintaba el rostro de nosotros los azules con una sonrisa enorme al vencer a René Higuita. Después vendría lo peor de esta historia: no se sabe si Popeye le hizo la visita al chileno, como sí lo hizo en el partido de la semifinal frente a Danubio el mismo año, pero lo cierto es que a Silva se le cayó el pito cuando Higuita derribó a Iguarán en el área, un claro penal, tan grande como el cerro de Monserrate. Un error que aún nos duele al recordarlo. Tréllez venció a Goycochea, el mismo que sería la gran figura de Argentina en Italia 90, en el minuto ochenta y fue recibido con una pila en su rostro cuando fue a celebrar a Occidental sur, desde ahí las dos hinchadas adquirieron un conflicto que ha tenido grandes dimensiones hasta nuestros días.
De nuevo se repetiría la misma historia en mil novecientos noventa y cinco, el mismo torneo, los mismos cuartos de final, esta vez con el árbitro peruano Fernando Chapell, quien ante cincuenta y cinco mil espectadores en nuestro amado templo, creería el engaño de Aristizábal en un penal, por una supuesta falta de Cancelarich que salió a cortar un avance. De nuevo los desaciertos arbitrales nos dejarían por fuera de la copa y la discordia seguiría aumentando. En la final de la Merconorte del año dos mil nos volvimos a topar, lastimosamente la perdimos, ese día a los hinchas azules no nos dejaron entrar al Atanasio en el partido de vuelta.
Otra final recordada es la de Copa Colombia del año dos mil trece, donde caímos en la vuelta para infortunio nuestro. Ese día se vivieron tintes extremos de regionalismo que cavó hondo en las toldas azules, pues cientos viajaron a ver la final y no fueron bien recibidos. Tristemente esta rivalidad ha tenido víctimas mortales de ambas fanaticadas por la ignorancia y la falta de tolerancia que no sólo rodean el fútbol sino todas las esferas del ámbito criollo.
Si bien es cierto en los inicios del balompié colombiano era un partido común y corriente, como un Millonarios contra Fortaleza hoy en día, con el correr de los campeonatos adquirió tintes de clásico. El equipo paisa en el siglo XXI milagrosamente nos alcanzó en el podio del equipo con más títulos en Colombia, no quiero profundizar en la manera en que lo hizo, pero sí incidió mucho que se entregaran dos estrellas por año y no una luchada a lo largo de 365 días. Queda a libertad del lector decidir si es un clásico o no, pero siempre es bueno tener en cuenta la historia que esta es la que nutre nuestra pasión y amor por Millonarios.
Cuando se juega el partido en la actualidad sólo deseo que Millonarios vuelva estar donde debe, de nuevo con el rótulo que jamás debió perder a raíz de los malos manejos deportivos del club que nos llevaron a una hecatombe. Es una rivalidad que debe recordarle al señor Serpa que nuestro club debe estar siempre arriba, peleando finales, jugando copas internacionales todos los años, no sólo aspirado a vender jugadores canteranos. Si esa es su visión que compren al Envigado.
Julio Cesar Vargas López