Marzo 28, 8 p.m., clásico capitalino y todos expectantes. La victoria era necesaria para Millonarios; acabábamos de caer en Ipiales con una paupérrima presentación y se hacía necesario reponernos. Más, si era contra el colero, y mucho más, si el colero era el rojo. Sin duda, un partido que como hincha nunca quieres perder.
Como resumen general, el primer tiempo empieza con un golpe bajo. Tras un absurdo error defensivo, Burbano marca al minuto 6 para poner a Santa Fe arriba. Desde el 7′ a remar contra la marea. A pesar de no lograr un equilibrio y orden completo en el juego por niveles individuales, tuvimos algunas chances para el empate que no definimos, con González Lasso y Marrugo.
Al segundo tiempo entramos apretando, con más actitud que precisión, hasta que en el 55′ se visibilizó la luz en medio de la oscuridad: Jaramillo mete un cambio de frente espectacular, Román desborda, hace el pase y González Lasso define. Adentro, golazo y todo es alegría.
A partir de ese instante, el partido cayó en una fase pasiva y ausente de dinámica. Llegaba la hora de ver la mano de Pinto para replantear lo que se estaba haciendo, generar ideas y oxigenar el once. Es en este momento donde creo, hubo un gran porcentaje de responsabilidad para no terminar consiguiendo los tres puntos. Los cambios ni gustaron, ni sirvieron, aunque tampoco había mucho de donde elegir.
En primer lugar, ingresa Carlos López con muchas ganas pero decepcionando si de fútbol se habla. Luego, Carrillo sale sin haber tenido su mejor partido e ingresa Jhon Duque, al que le abonamos que nunca niega una gota de sudor pero que evidentemente no se encuentra en el nivel que todos conocemos. Por último, la cereza del pastel, ingresa un totalmente intrascendente y displicente Oscar Barreto, reemplazando al único jugador de Millonarios con la calidad de asociación y generación de juego, Cristian Marrugo, cuando Silva (de gran primer tiempo pero sin piernas para los últimos 30′) pedía a gritos el cambio.
Empalmando los factores de la poca generación desde el medio, constantes errores defensivos, falta de efectividad para concretar las llegadas, irrelevancia de los que saben con la pelota, cambios improductivos y mucha, pero mucha imprecisión, se nos iba de las manos el partido con una opción clarita de Jaramillo con la que, estoy segura, todos soñamos. Era la conquista nuestra y la estocada final para ellos.
Sí, lo teníamos que ganar. Tanto por la importancia de volver a las riendas de la victoria, como por la obligación que eternamente se tiene de superar a un rival acérrimo y que se encuentra en un irrisorio momento. Todos concordamos en que debíamos pasarles por encima. Por ello, se produjo un malestar general en la gente (me incluyo) y un ambiente de incertidumbre bastante incendiario por el bajón inesperado del equipo a poco tiempo de las instancias finales.
Pero, ahora, con la cabeza un poco más fría, no se trata de encender las alarmas. Se trata de reconocer los puntos en los que estamos fallando y no están permitiendo mantener la regularidad con la que iniciamos el campeonato. Se trata de empezar a corregir los errores ahora, desde las fechas que marcan la mitad del torneo, para haber encontrado soluciones al momento de disputar fases definitivas.
Se trata de autocrítica, para no perder el limbo y seguir siendo considerados candidatos al título. Se trata de mantenernos estables en la consolidación de una idea de juego que nos lleve a ganarlo todo. Se trata de fortalecernos como grupo, analizando lo que se está haciendo bien y lo que no tanto. Esto, al fin y al cabo, tenía que suceder para poner los pies en la tierra.
Este es el momento, Millonarios. Estamos a tiempo de subsanar, levantarnos de este bache que, normalmente, todo equipo en proceso de solidificación tiene, y recobrar el nivel que nos ilusionó a todos hasta hace un par de fechas. No lo posterguemos, Millonarios. El domingo es el día, ¡y el aliento no va a faltar!
Isabella Sierra Atencia
@IsaSierra_