Era junio de 2024. Ruido por aquí, ruido por allá, pero todo apuntaba a lo mismo: Radamel Falcao García iba a jugar en Millonarios. El sueño del niño que creció viendo al equipo Embajador y amando estos colores se convertía en realidad. El deseo de una hinchada entera se cumplía.

Y ahí estábamos todos: soñando, comprando camisetas con el número 9 hasta que se agotaron, pagando abonos exorbitantes con tal de ver al Tigre en El Campín, y viviendo una presentación sin precedentes. Volvía la ilusión de la estrella 17, de la mano de una generación de ídolos: Falcao, Montero, Mackalister, Leo Castro, Cataño, Ruiz.

Fue la era de los ídolos de Millonarios.
Una era de figuras, pero no de títulos.

Porque del sueño al hecho hay un largo camino. Diciembre llegó con esa amarga sensación del casi. “Casi” llegamos a la final si no hubiera sido por Nacional. Como olvidarla, si justo me tocó vivirla en Medellín. “Casi” lo logramos frente a Santa Fe. Pero el casi no levanta trofeos. Y esa palabra, tan corta y tan dolorosa, empezó a volverse costumbre.

Pasaron los meses y, uno a uno, los ídolos se fueron. Falcao jugó un año y no renovó. Se fue sin títulos. Montero y Cataño tomaron otros rumbos en Argentina y Bolivia. Ruiz cambió el calor de El Campín por el frío de Rusia. Y con ellos, se fue algo más que talento: se fue el alma y el proyecto deportivo de Millonarios.

De pronto, nos encontramos en la era post ídolos de Millonarios, una etapa sin figuras, sin títulos, sin cuadrangulares… y sin fútbol. Este segundo semestre del 2025 marcó la peor Liga del equipo en cinco años y la peor campaña en once, con apenas un 43,33% de rendimiento: 7 victorias, 5 empates y 8 derrotas. Para ponerlo en contexto, en el último quinquenio el promedio de puntos por temporada había sido de 65 puntos, mientras que este año no pasamos de 42.

En qué momento pensaron los directivos que sin Falcao, sin Montero, sin Cataño ni Ruiz, pero con De Amores, ‘Shirra’ Mosquera, Cañozales o Hurtado, iban a tener una campaña siquiera parecida a la de los años anteriores. Lo mínimo que se le exige a un equipo con la historia del Embajador es clasificar entre los ocho, pero este semestre el consuelo fue no terminar últimos en la tabla. Ese fue el “gran logro”. Para dimensionar la crisis, Millonarios terminó con menos puntos que equipos que peleaban el descenso.

El fracaso de Millonarios no es solo de resultados: es estructural. Detrás del bajón deportivo hay un vacío de liderazgo y una alarmante falta de planificación. Desde la estrella 16 en 2023, los refuerzos han sido escasos y las promesas, muchas.

En torneos internacionales, el panorama ha sido igual de gris. La Copa Libertadores 2024 fue una decepción: últimos del grupo con apenas 2 puntos. En 2025, el equipo fue eliminado en el repechaje de la Copa Sudamericana por Once Caldas.

No es solo cuestión de técnicos. El ciclo de Alberto Gamero no estaba necesariamente desgastado: estaba agotado de recursos. Su salida fue el síntoma de una estructura que se vino abajo. Luego llegó David González, con una nómina corta y un vestuario en crisis; su cabeza fue la primera en rodar. Y hoy, Hernán Torres trata de sostener un proyecto resquebrajado: sin alma ni pasión futbolera. Su continuidad, al cierre de este semestre, pende de un hilo.

Millonarios necesita algo más que paciencia y tiempo: necesita un proyecto serio. Las directivas deben sacudir el bolsillo y traer jugadores con jerarquía. Sí, las renovaciones de líderes como Llinás, Leo Castro o Arias son necesarias, pero insuficientes.

Este diciembre, el deseo de la hinchada no será una nueva camiseta o un video emotivo en redes: será ver llegar jugadores con experiencia y hambre de competir. Volver a conseguir figuras y construir ídolos que devuelvan al equipo a la altura de su historia. Que vuelvan a hacer de El Campín una fortaleza.

Porque este club no puede vivir del recuerdo de sus ídolos.
Necesita construir nuevos.