En una fría noche bogotana, Millonarios y Once Caldas protagonizaron un duelo que tuvo más de drama institucional que de fútbol. El 0–0 en El Campín, por la fecha 18 de la Liga BetPlay, no solo dejó al equipo Embajador eliminado de los cuadrangulares, también evidenció lo que muchos ya veían venir: un equipo sin ideas, una dirigencia desconectada y un proyecto deportivo que, a mitad de camino, se quedó sin aire.
A continuación, un repaso por lo bueno, lo malo y lo feo de una noche que, debería marcar el final de un ciclo y el inicio de una necesaria reconstrucción.
Lo bueno
Pese al resultado que selló la eliminación, hubo una figura que se negó a rendirse: David Mackalister Silva. El capitán, recién recuperado de una lesión que lo tuvo fuera gran parte del semestre, volvió a ser el reflejo de lo que Millonarios solía ser: orden, liderazgo y sentido de pertenencia.
Silva pidió la pelota, intentó organizar y contagiar actitud a un equipo sin ideas. Fue de los pocos que entendió lo que estaba en juego y trató de sostener al grupo en medio del naufragio futbolístico. Pero uno solo no mueve montañas. Su esfuerzo fue insuficiente para cambiar el destino de un equipo que perdió su esencia.
Lo malo
Millonarios fue un equipo irreconocible, lo fue todo el semestre. Faltó juego, claridad e intensidad. En el primer tiempo caminó sin rumbo, sin profundidad, y con jugadores que parecían no entenderse dentro de la cancha. Pelotazos desesperados, errores en salida e individualidades sin sustento definieron una actuación que rozó la resignación.
El planteamiento táctico tampoco ayudó. Hernán Torres, consciente de la magnitud del fracaso, asumió la responsabilidad tras el partido, “no me puedo excluir de la responsabilidad”, dijo con tono autocrítico. Pero, la realidad es que el equipo nunca encontró una idea de juego ni un estilo que lo diferenciara.
El empate frente a Once Caldas selló matemáticamente la eliminación, pero simbólicamente confirmó algo más profundo: el proyecto deportivo colapsó antes de tiempo. Lo que quedaba era más esperanza que fútbol, más fe de hinchas que argumentos en la cancha.
Lo feo
Lo realmente feo no fue el empate. Fue la forma. Un equipo grande, con historia, nómina y respaldo, terminó sin alma ni convicción. Millonarios se vio vacío, superado por la presión y atrapado en sus propias contradicciones. El silencio en las gradas fue más elocuente que cualquier cántico. El público, que una vez creyó en un proceso y el amor por los colores, ahora observa con frustración cómo las promesas se repiten sin resultados. La responsabilidad es compartida: directivos, cuerpo técnico y jugadores quedaron expuestos.
Cuando el entrenador asume públicamente la culpa y la directiva guarda silencio, lo que queda es una sensación de desgaste institucional. El 0–0 fue solo el marcador de una crisis que empezó mucho antes y que hoy exige una reconstrucción profunda.
El empate ante Once Caldas no fue un simple tropiezo: fue el punto final de una etapa. Millonarios necesita más que refuerzos; necesita recuperar su identidad. Hay buenos jugadores, pero no hay equipo. Hay nombres, pero no hay un proyecto. El Embajador tiene dos caminos: convertir esta eliminación en un punto de inflexión o quedarse atrapado en la eterna promesa del “el próximo año será”. Porque lo peor que podía pasar ya ocurrió: acostumbrarse a no ganar, a quedarse en casis.
