A la cancha he ido desde que tengo 6 años, cuando mis papas me llevaron, después de insistirles todo el tiempo que me llevaran, que quería estar dentro del Campín, del lugar que tanto hablaron y donde trabajaron como acomodadores para el club de sus amores. Siempre me ha sorprendido nuestra hinchada, desde que me envolvía en una camiseta que me quedaba gigante y que mi papá cuidaba que no estropeara, hasta ahora, que voy sola o con los amigos que nos une este escudo.
El humo de color azul siempre me trae visiones hermosas, de un Campín que era un infierno para el visitante y un paraíso para nuestros jugadores. El papel picado que ayudaba a cortar a mi hermano cuando fue parte de la barra popular, por allá en la crisis del club. A veces pensamos que la fiesta es solo un momento fugaz y lindo, pero cada objeto significa pedazos de nosotros; recuerdo que lo que más me sorprendió de mi primera vez en el estadio fue la instrumental, el bombo que hacía saltar al estadio, la gente cantando, ese vínculo, aunque no nos conozcamos, a todos nos conecta en lo profundo.
El sábado hubo un ambientazo de final. Las banderas que los hinchas con tanto esfuerzo hacen para alentar al equipo, la tribuna que rezaba “El famoso embajador”, la tensión que se puede cortar, la ansiedad y el himno que retumbó hasta Monserrate, pero al momento que los jugadores movieron la pelota, algo cambió.
Un silencio que no he escuchado nunca en mi vida, una clase de enmudecimiento que nunca había sentido, ni después de un gol en contra, ni después de una eliminación, el silencio del que está, pero está dolido. Las barras populares se hicieron sentir no como siempre, si no silenciando el estadio, se podía escuchar el sonido de la pelota chocando contra los pies, atroz.
Los muchachos de las barras nos demostraron que los necesitamos, que Millonarios los necesita, que nunca hemos sido 11, ni hemos sido los de oriental o los de occidental, que siempre hemos sido todos. Ellos son el alma del aliento porque son una camisa que se eleva y se revolea en el aire; son las rodillas desgastadas de tanto saltar, son el sudor del que viaja sin parar.
Puede que no estemos de acuerdo en todo con ellos y su proceder en muchas circunstancias, pero lo cierto es que todos somos el alma de Millonarios y no podemos vivir sin un pedazo de alma. 10 minutos que parecieron eternos, 10 minutos para decirle al club que permita vivir a Millonarios con diferentes estilos de vida, que no somos homogéneos, sino que en la diferencia está la virtud.
Casi pude ver a mi hermano en su juventud saltando, agarrado de las tiras, a mi papá en su juventud pegado a las barandas de esa vieja popular. Ustedes, los Comandos y la Blue Rain, son parte de nuestra historia, son la sangre que hace latir el gran corazón embajador. Ustedes no pueden vivir sin el resto de tribunas y nosotros no podemos sin ustedes; sin música no hay fiesta y sin fiesta no hay mucho que celebrar.
Espero escuchar esa instrumental toda la vida, verlos saltar allá en su tablón hasta que otros hereden mi puesto y el de ustedes. Guiemos, de la mano del resto de barras, de todas las tribunas, para ser esa gran orquesta que necesita el equipo más grande del país.
Sin mas que decir… Veni, veni, salta conmigo, que un amigo vas a encontrar…
@Cadosch12